viernes, 29 de agosto de 2014


HISTORIA DE CHACULÁ

Hay veces que uno necesita desconectarse del mundo e irse lo más lejos posible de la ciudad. Y viajar a donde ni la luz eléctrica pueda llegar. En Guatemala aún quedan sitios que reúnen esas condiciones, clásicas en el siglo XIX. Uno de ellos es la Finca Chaculá, en Nentón, Huehuetenango.
Está muy bien ubicada, ya que se sitúa a tan solo 10 kilómetros de la famosa Laguna Brava y todas las excursiones por sus alrededores son merecedoras de una visita.
Según Pauline Decamps, “la posada rural de Chaculá es pionera en turismo formal en toda la región de Nentón”. Decamps es la dueña del centro de turismo y posada rural Unicornio Azul, que se encuentra en la Sierra de los Cuchumatanes, y deja claro que aunque ella con su esposo, Fernando Mejía, tienen una alianza con la Finca y les proporciona asesoramiento en cuestiones turísticas, ambos negocios son independientes. Sin embargo, su implicación es muy importante. De hecho, su historia con los habitantes de esta finca parte de mucho tiempo atrás.
A principios de la década de 1990, Decamps —francesa de nacionalidad, aunque casi no ha vivido en ese país— trabajaba en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), y le tocó preparar el retorno de 210 familias que habían huido durante el conflicto armado a Comalapa, Chiapas, México. Ellos eligieron la Finca Chaculá para pasar el resto de su vida en Guatemala. Sencillamente, se habían sentido cautivados por este lugar, lo mismo que le había pasado al alemán Gustavo Kanter, que construyó en 1987 la vivienda, donde hoy duermen los huéspedes. Una preciosa y acogedora casa con tres dormitorios, una amplia sala con bonitas vistas y una cocina que aún deben amueblar forman parte del inmueble. Mientras, doña Fabiana Felipe Bartolomé cocina en su casa y luego trae todo elaborado en un vehículo para que lo puedan disfrutar los comensales. Todas las habitaciones, además, tienen chimenea para resguardarse del frío nocturno y varias velas para alumbrarse en la oscuridad, ya que no poseen energía eléctrica, lo que aumenta el encanto del lugar y la sensación de que se está en otra época, lejos del tecnológico siglo XXI. 


Pauline Decamps no había perdido el contacto con esta comunidad y de hecho usaba esta misma casa cuando hacía cabalgatas con turistas. “Como no estaba remozada acampábamos en ella”, explica. Pero desde hace 5 años, en la comunidad surgió el deseo de potenciar el turismo en la zona, pero “no teníamos ni idea”, cuenta Isaías Andrés, el actual responsable del manejo de la posada rural. Poco a poco, “gracias al asesoramiento de Pauline y Fernando”, agradece Andrés, la idea fue creciendo y el año pasado presentaron su proyecto de turismo comunitario a un programa de la Unión Europea para obtener ayuda económica. Sin embargo, fue rechazado. “No hay mal que por bien no venga”, señala Decamps. Y es que entonces la comunidad no se hundió, sino que agarró más fuerza. Decidieron, entre todos, seguir con el plan, y con los ahorros de la cooperativa arreglaron la casa. Cada habitante apoyaba con lo que podía. Por ejemplo, Édgar Díaz Esteban, el actual presidente de la cooperativa, de profesión carpintero, construyó varios de los muebles que hoy se pueden ver en la posada. Siempre ha sido una comunidad muy bien avenida. De hecho, conviven cinco etnias diferentes: popti, chuj, canjobal, mam y kiqche’, lo cual nunca ha supuesto ningún problema.
En la actualidad el proyecto se ha convertido en toda una realidad y desde diciembre pasado han acogido a diversos grupos de turistas. La mayoría de ellos
han quedado encantados —se puede observar por los comentarios que escriben en el libro de visitas— pero, no solo por el incomparable entorno, también por la hospitalidad de la comunidad, quienes saben atender al visitante de forma perfecta. Se nota que han recibido formación para ser guías turísticos por el



Inguat. “Somos 18 personas las que hemos hecho este curso”, Dice Andrés, quien habla a los turistas en inglés, gracias a que aprendió este idioma cuando fue a trabajar a los EE.UU. hace años. Pero quiso regresar para ayudar a su familia y a la comunidad. Y con este proyecto he encontrado su trabajo ideal. Le encanta guiar a los turistas a excursiones por los alrededores y cuenta que ya tiene amigos entre los visitantes. 


Lo que hay que ver

A escasos metros existe una laguna, llamada Yolnajab, que está rodeada de bosque, mucho del cual lo han conservado como área protegida, ya que se pueden observar numerosos restos arqueológicos. De hecho, “hay estelas de Chaculá en el Museo de Berlín y de Nueva York”, comentan, aunque también lamentan que muchas han desaparecido. Kanter hizo el primer museo de arqueología de la región, pero tuvo que salir huyendo, debido a conflictos de la época. La leyenda dice que tiró el tesoro por el hoyo cimarrón. Un espectacular agujero de 150 metros de profundidad por 170, de diámetro con un frondoso bosque en el fondo, que también vale la pena visitar.
“Estoy sorprendida de la visión empresarial que tienen”, expresa Decampos. Y es que las ideas surgen por doquier y ahora sueñan con incluir otras actividades para dar un servicio más completo. En un futuro, les gustaría tener caballos para hacer excursiones ecuestres, bicicletas de montaña, potenciar las áreas arqueológicas para estudiantes de arqueología o clases para aprender a tejer, entre otras cosas. Todo ello, acompañado por la hospitalaria comunidad que apoya el proyecto y que está encantada de compartir sus experiencias vitales de las que tanto se puede aprender.
En el altiplano occidental, fronterizo con México, Huehue no es un lugar tan conocido como otros en Guatemala, pero ofrece vistas impresionantes de pastos rocosos y tierras verdes, destacadas por la Sierra Madre y los Cuchumatanes  coronadas por un cielo increíblemente azul. El área también tiene
algunos de los lagos y los ríos más vírgenes del país. En su mayor parte, la vida en Huehue es la vida en el campo:

Campesinos con machetes, campos de maíz y frijol, caballos, mulas y otros animales de granja son comunes a lo largo de las carreteras y en las aldeas. No muy lejos de la frontera con México se encuentra la aldea de Nueva Esperanza. Es un lugar limpio, y patos y cerdos juegan frente de las casas sencillas de madera que bordean la calle de tierra. Sonrisas e historias de las leyendas locales son fáciles de conseguir de las personas quienes viven acá. Nueva Esperanza fue establecida en los años 90. La gente que vive aquí proviene

 de todas partes de Guatemala y muchos de ellos nacieron en México; son refugiados de la guerra civil quienes huyeron, o cuyos padres huyeron, a través de la frontera durante los años de lucha. Después del final de la guerra regresaron a

Guatemala e hicieron nuevos hogares en Huehuetenango, expresando sus deseos para el futuro mediante el bautizo de su nueva aldea como Nueva Esperanza.

Nueva Esperanza está situada cerca de la carretera a lo largo de un antiguo camino que conduce a una casa de campo de aproximadamente un siglo de antigüedad – el hogar de un inmigrante alemán quien estableció la Finca Chaculá en el siglo XIX.  Hoy en día, la gente de Nueva Esperanza administra la casa y usa las ganancias para financiar proyectos locales.  Las paredes de adobe blanco y de piedra y el techo de tejas susurran de un tiempo pasado, cuando esta encantadora Casa albergaba un “visitante colorado” proveniente de una tierra lejana. 



 
   ¿Por qué colorado el visitante?  Bueno, como los lugareños te dirían, eso es exactamente lo que “Chaculá” significa en el dialecto maya local. Según el relato, el rubio alemán debió haber tenido una quemadura de sol cuando llegó para reclamar su caserío en Huehuetenango hace tantos años. Otra cosa que los lugareños dicen es que
Fortificó las paredes de su casa de adobe con piedras que tomó de los antiguos sitios mayas que existían y todavía existen en la finca. La leyenda cuenta que incluso podría haber encontrado un tesoro valioso, mientras que sacó las piedras de estos sitios sagrados. Quizás, es por eso que él construyó para el cañón de su rifle las aberturas (que todavía existen) en las paredes para disparar a los visitantes no deseados.
Hoy en día, puedes obtener una muestra de la vida sencilla en Chaculá. Al llegar el personal te dará la bienvenida y te mostrará tu habitación: hay tres habitaciones, cada una con tres camas (dos individuales y una cama doble o de tamaño que en). Una vez instalado, puedes dar un paseo por el prado de enfrente lleno de
Flores, escuchar el susurro de la naturaleza y respirar el aire fresco del campo. Al atardecer, el personal enciende las chimeneas para reducir el frío del aire de la noche, y podrás disfrutar de una deliciosa cena casera a la luz de un quinqué – no Hay electricidad en la granja, pero si las baterías están cargadas, averiguarás que No la extrañarás para nada. Antes de dormir, ve a dar un paseo en el aire fresco de la noche para contemplar el cielo estrellado, y después enchamárrate en tu cómoda cama mientras los grillos y el ruido de  las  brasas candentes te harán caer en un profundo sueño. Por la mañana, el personal regresará para prepararte un suculento desayuno. El café es fuerte y las duchas en los dos cuartos de baño

Tienen mucha agua caliente, entonces estarás listo para explorar el campo. En la finca, se puede caminar a través de un bosque de cipreses hasta llegar a un estanque cercano que es un embalse construido por los mayas, o así cuenta la historia. O bien, camina a la cascada o las cuevas de la propiedad, mientras buscas las antiguas ruinas mayas. Tu anfitrión te mostrará la dirección correcta, o te conseguirá un guía local. Aunque las horas experimentadas en Chaculá serán un tiempo bien recordado y una experiencia que sólo pocos visitantes en Guatemala disfrutan, este es sólo el comienzo de tu aventura en este rincón de Huehuetenango.  Como averiguarás, hay muchas cosas más para ver y hacer.